Saltar al contenido

La música como terapia para el bienestar emocional

La música, en sus diversas modalidades y expresiones ha sido empleada desde los albores de la humanidad con finalidades rituales y en la actualidad se la utiliza con fines terapéuticos, a partir de los gustos musicales del paciente.

Desde la antigüedad hasta nuestros días se encuentran registros sobre cómo los diversos grupos sociales han hecho, de las formas musicales, una herramienta para lograr un beneficio físico, emocional, anímico y espiritual. La música tiene la capacidad de hacernos contactar con lo que nos trasciende, la capacidad de permitirnos expresar nuestros diversos estados emocionales y además, nos ayuda a reflejar un modo estético de entender y percibir el mundo que nos rodea. Estos usos ancestrales son los que han servido de base para desarrollar en la actualidad las diversas metodologías de intervención terapéutica, vinculadas fundamentalmente con la propia creación sonora y los beneficios clínicos que está puede llegar a tener.

Este llamado efecto terapéutico es factible cuando un profesional de la musicoterapia, especialmente cualificado para tal fin, adapta una serie de recursos musicales para alcanzar unos objetivos benéficos aplicados a una persona o a un grupo.

Primero hay que comprender cómo la música, antes de ser procesada por nuestra mente consciente, ha sido interpretada y gestionada por nuestro cuerpo. Antes de que lleguemos a reconocer la melodía de una canción, a recordar su letra o a saber quién es el artista que la interpreta, nuestras áreas subcorticales del cerebro han discriminado cuestiones como el ritmo, la tonalidad, el contorno melódico, el timbre, la intensidad, etc., y diversas regiones cerebrales han generado respuestas físicas. Es decir, la primera respuesta la da el cuerpo de forma autónoma e inconsciente, por ejemplo, a través del tamborileo de los dedos o el simple movimiento corporal. Esto nos evidencia que, más allá de los estudios musicales, existe una sensibilidad de respuesta innata, lo cual nos permite emplear la musicoterapia prácticamente a cualquier persona, sea cual sea su condición y su patología o enfermedad.

Para analizar el input sonoro musical nuestro cerebro ofrece unas rutas entre regiones que atraviesan las zonas del cerebro emocional y los centros del placer, donde se producen las primeras interpretaciones sobre cuestiones de gusto y estética, de conformidad y disconformidad, de aceptación o rechazo. Cuando estamos en presencia de una música que es de nuestro agrado decimos que nos emociona, nos estimula. El hecho de experimentar ese bienestar es consecuencia directa de la presencia de una serie de hormonas opioides de segregación natural, llamadas endorfinas, que recorren nuestro organismo. De esta manera, la música modula la producción de serotonina, epinefrina, dopamina, oxitocina y prolactina provocando esas sensaciones de placer.

El Phd. David Gamella, experto en musicoterapia en la UNIR (Universidad Internacional de La Rioja), menciona que los musicoterapeutas no proponen un estilo musical a los pacientes, sino se crean procesos terapéuticos a partir de los gustos musicales de las personas con las que se trabaja. Esto se explica porque la mejor música para cada paciente es aquella que lo vincula a memorias positivas, aquella que evoca buenos momentos. Los procesos terapéuticos comienzan con una exploración de canciones significativas, de esos estilos que forman la banda sonora de la vida de cada individuo. Este material es el ideal para enfrentar una terapia puesto que ya están activado dentro de la mente, es referencial y forma parte de su historia personal.

Existen dos modalidades de trabajo en la musicoterapia. Una de ellas es de carácter receptivo en la que el paciente escucha una producción musical pregrabada o interpretada en vivo. Otra, la que tiene más impacto, en la que el paciente participa musicalmente en la sesión. Toca, canta y compone sus propias creaciones con la ayuda del terapeuta. Esta segunda opción es la más estimulante a nivel neurológico, fisiológico y emocional. Métodos como el modelo Nordoff Robbins también conocido como la músicoterapia creativa, son un claro exponente del beneficio terapéutico de la música desde la improvisación musical con un enfoque teórico y práctico. Dicho lo cual, además de las actividades de manejo de lo sonoro y musical, el segundo ámbito de trabajo lo encontramos en el trabajo con el cuerpo. Como antes refería, la respuesta motora es intrínseca a la musical y comporta una serie de activaciones neuronales que complementan perfectamente la acción terapéutica de la música.