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Detección temprana del acoso escolar ¿Cómo prevenirlo?

El acoso escolar es cuando un alumno está siendo intimidado de forma mantenida en el tiempo mediante conductas que tengan la intención de hacer daño, ya sean de tipo físico, verbal o social (directo o indirecto), junto con conductas de tipo psicológico. Además, existe una desigualdad de poder entre el agresor (o agresores) y la víctima, que supone la imposibilidad para defenderse.

Existen cuatro tipos de violencia escolar: la violencia física, acciones relacionadas con ataques por parte de un compañero contra la integridad física o de sus posesiones. La violencia verbal, es la forma de violencia más frecuente. Esta conducta tiene como objetivo atacar a la víctima resaltando generalmente sus características físicas, psicológicas o sociales dándoles un valor peyorativo. La violencia relacional/social, está especialmente ligada a ser excluido o ignorado por otras personas, y también crear rumores sobre la persona que dañen la reputación social, suponga conflictos con terceras personas, etc. En último lugar, encontramos la violencia psicológica, la cual está relacionada con acciones tales como persecución, intimidación, tiranía, chantaje emocional, manipulación coercitiva, amenazas directas sobre la persona, sus bienes o sus seres queridos, etc.

El riesgo de ser elegido víctima en la escuela se ve aumentado cuando la persona pertenece a grupos minoritarios o presenta características diferenciales. La falta de conciencia social es una de las principales razones por las que se da el fenómeno del acoso escolar. Es necesaria una educación en valores promovida desde los hogares y desde las instituciones educativas en las que se eduque a los jóvenes en valores de tolerancia, igualdad, solidaridad y respeto. Además, se debe mirar la diversidad desde una perspectiva positiva y como un valor de la sociedad. Adicionalmente se requiere una mayor formación para el profesorado, ya que, en muchas ocasiones, los docentes se ven incapaces de lidiar con estas dinámicas por la falta de herramientas.

La irrupción de las nuevas tecnologías en nuestra sociedad y el libre acceso a ellas por parte de los menores ha precipitado la extensión del acoso escolar más allá de los muros físicos y temporales de los centros escolares. Esta prolongación del acoso escolar, denominada ciberacoso, supone una frecuencia ininterrumpida y constante de los ataques. Además, es una forma de violencia que permite el anonimato del agresor y tiene una amplia difusión, pues, generalmente, los ataques quedan grabados en el ciberespacio para siempre. 

En este sentido, el rol de la familia es crucial para la prevención y detección precoz del ciberacoso. Se recomienda a los progenitores llevar a cabo una adecuada mediación parental online, explicar a sus hijos los riesgos de internet, así como establecer límites en su uso. Generar un ambiente de confianza y seguridad en el que los hijos puedan exteriorizar dudas o preocupaciones sobre lo que ocurre en el ciberespacio. Fomentar el uso de los dispositivos electrónicos en las zonas comunes de la vivienda. Estar especialmente alerta si el menor ha sufrido o está sufriendo acoso escolar en el centro. Y, sobre todo, analizar cambios en el uso del móvil, como aumento o disminución del tiempo de conexión, consultas frecuentes y compulsivas, abandonarlo o dejarlo apagado o en modo avión largos periodos.

La detección precoz del acoso escolar es otro aspecto clave, que puede determinar tanto el grado de sufrimiento del menor. La violencia entre iguales se manifiesta de forma soterrada y lejos de la presencia de adultos. Además, muchas de las víctimas no relatan lo que les está sucediendo, pudiendo presentar sentimientos de culpabilidad y vergüenza, llegando a creerse merecedores de los ataques.

Una de las claves para atajar la lacra del acoso escolar radica en la prevención. En este sentido, sería conveniente comenzar a abordarlo desde la etapa de Educación Infantil. A través del desarrollo de programas grupales con indicadores de fiabilidad y validez, que favorezcan la convivencia y la resolución pacífica de los conflictos, promoviendo valores como el respeto, la tolerancia, la igualdad y la solidaridad.

De acuerdo con la  Guía de actuación contra el acoso escolar en centros educativos española, se presenta un listado de indicadores que pueden revelar la presencia de una situación de acoso en el menor: 

  1. Incremento súbito de las faltas de asistencia y negativa a asistir al centro escolar.
  2. Descenso drástico del rendimiento académico.
  3. Ausencia o pérdida de amigos y aislamiento.
  4. Problemas de concentración y atención.
  5. Cambios en el carácter: ansiedad, mutismo, tristeza, irritabilidad, introversión, agresividad y conductas autolesivas.
  6. Somatizaciones: dolores de cabeza, molestias gastrointestinales, opresión en el pecho, taquicardia, etc. 
  7. Alteraciones del apetito o del sueño.
  8. Abandono o pérdida de aficiones.
  9. Moratones, roturas de ropa y desaparición de trabajos o material escolar.
  10. Búsqueda prioritaria de los docentes cuando hay recreo o educación física.

En el caso de que un niño esté sufriendo acoso escolar es fundamental, en primer lugar, abordar el tema con delicadeza y afecto, prestándole nuestro apoyo y compasión y liberando a la víctima de todo tipo de responsabilidad. En segundo lugar, es necesario trabajar en el desarrollo y reconstrucción de la autoestima del menor. Finalmente, es crucial ponerlo en conocimiento del centro educativo y en especial, del tutor del grupo clase a la que acude el niño, de modo que se puedan llevar a cabo acciones tanto de carácter grupal.

Para la psicóloga Adoración Díaz, orientadora educativa, profesora post doctoral en educación de la UNIR, algunas de las causas por las que los menores pueden convertirse en bullys, puede deberse una falta de autoestima o autoconcepto que se ve camuflada por la fachada, suelen tener hogares modelos de aprendizaje vicario, perfiles con escasas habilidades sociales, tienen conductas de riesgo más elevadas y frecuentes que la mayoría para su edad (con drogas, sexo, etc.), o suelen provenir de familias que presentan muy bajo o nulo control sobre las conductas del alumno.

En primer lugar, cabe preguntarse, ¿reconoce la familia que su hijo es un bully? De ser así, es fundamental iniciar el proceso haciendo consciente al menor del daño que pueden generar en terceros determinadas conductas. Se trata de generar empatía en el menor, haciéndole ver las consecuencias de sus acciones en el otro. Pese a la gravedad de las acciones, se invita a los progenitores a que, una vez que el niño o niña reconozca ser el responsable del sufrimiento del otro, sea compasivos con él, dejando claro que ese comportamiento o esas acciones no se pueden tolerar y por tanto no se pueden repetir. Tal es la gravedad de esta manifestación de la violencia intencionada y mantenida en el tiempo, que ha dejado de ser un problema exclusivamente escolar para convertirse en un problema psicosocial y de salud pública que puede afectar gravemente la calidad de vida de los menores, con implicaciones en los planos escolar, social y psicológico. Por tanto, el Estado debe fomentar y promover el respeto a la diversidad, la tolerancia y la solidaridad con los demás. Esto podría conseguirse destinando fondos al desarrollo de acciones de concienciación en medios de comunicación, también mediante el fomento de programas de prevención desde edades tempranas y con programas de intervención grupal cuando se requiera, dependiendo de la situación.